top of page

‘Sólo quiero que me llamen por mi nombre’

Por Rubí Duarte desde Buenos Aires.

Publicado en Caras Chile, edición del 01 de junio de 2012.



“Cuando tenía siete u ocho años, se me apoyó en la mano una chinita, y pude pedirle, de corazón, que cuando grande quería tener senos. Cuando eso ocurrió, me hicieron varios exámenes, que concluyeron que era algo normal, que solía ocurrir en la etapa del desarrollo. Que al terminar de crecer, se me irían los senos. Eso nunca ocurrió.

Diría que tuve una adolescencia normal. Normal para mí, anormal para los otros. Pero me acostumbré a la mirada de los demás, a las risitas por la espalda, a que me llamaran Cris Miró, la chica travesti del momento. Lo enfrentaba con humor y prudencia. Como no respondía a los insultos y a las burlas, dejaron de hacerlo y me trataban como yo me sentía, como una chica. En la juventud las cosas iban cambiando: mi vestuario, color de pelo, maquillaje… Me ayudaba mucho mi tono de voz leve y delicado. Mis maneras siempre fueron finas, y una buena educación familiar hizo de mi una mujer enriquecida en alma y espíritu.

Pero a la hora de inscribirme en la universidad sentí mucho miedo a ser discriminada. Tuve que sacarme una fotografía que estuviera de acuerdo con lo que decía mi documento de identidad, un hombre. Era la norma. Lo hice, pero no lo soporté mucho tiempo… No pude asumir un nombre y una imagen que no me representaban. Fue mi primera gran frustración. Fue imposible desarrollarme en una carrera, como los demás. Ya no me servían mi humor, mi prudencia. Todo se volvía angustia… Era hora de salir a buscar empleo y siempre me encontraba con las mismas respuestas, “Te llamamos…”. Hice varios cursos. No quería caer en la prostitución y por eso seguí esforzándome. Esperaba trabajar en una empresa, progresar como persona. No era fácil por tener sólo estudios secundarios y un par de cursos. Mi angustia crecía con los días, tenía poca esperanza. Fui a un centro de llamadas. Sólo debía utilizar mi voz al presentarme ante el cliente. Un día, hace cinco años, pude decir con alegría al teléfono: “¡Hola, muy buenas…! Soy Rubí Duarte y le estoy llamando de Actionline…”

Fue maravilloso, me sentí parte de la sociedad. En mi trabajo figuro como Juan Rubén sólo en mis papeles legales; en todo lo demás soy Rubí. Jamás tuve que pedirlo. Todos reconocieron lo que veían. No tuve que pedir que me autorizaran a ir al baño de chicas. Solamente fui…

El 9 de mayo, cuando en el Senado se aprobó la ley que nos beneficia, me levanté temprano. Casi no había dormido. Mandé un mensaje a todos. “Llegó el gran día”. En unas horas, el parlamento convirtió en ley mi derecho a un documento de identidad con mi nombre femenino. De pasar de Rubén a Rubí. Llevaba un año peleando por la vía judicial, sumando mi demanda a la de tantas otras y obligando a los legisladores a pronunciarse. Presentar la tarjeta de crédito y que no me quedaran mirando y preguntando una y otra vez si realmente soy la persona que figura en el documento.

Esa tarde me abracé llorando a mis compañeras y compañeros y fui con dos de mis jefas a celebrar a la Plaza del Congreso. Pude saludar a chicas como yo, darle un beso a la dirigente Marcela Romero, y reconocer en la cara de cada una de ellas la alegría que yo siento”.

bottom of page